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sábado, 2 de febrero de 2013

La bronca eterna de Pedro Corzo



A los 16 años, en vez de andar mataperreando con otros adolecentes por los maniguales del reparto Capiro o apostado en una de las esquinas del Parque Vidal esperando por una amiga que lo desfogara de sus ardores juveniles, Pedro Corzo se enroló en cosas de adultos. Y no fue su madre quien le dio unos correazos para corregir su conducta. La gente del G-2, que así le llamaban por entonces a la policía política cubana, fue la encargada de castigar al muchacho. Lo volvieron más rebelde de lo que ya era por naturaleza. Y empezó una bronca que hasta hoy no ha terminado.

Sucede que Pedro Corzo es de la estirpe de esos testarudos que sueñan y no son fáciles de doblegar. No bajó el cogote ante el presidio a que lo sometieron ni inclinó dócilmente la espalda ante el exilio a que lo obligaron. Su lema parece ser que la jodienda la iniciaron los Castro pero que él decidirá cuándo termina.

El último trompón, de los muchos que ha lanzado desde que comenzó el desafío, no clasifica como fina bofetada de dama enojada con su amante sino como rudo uppercut de boxeador experimentado ya al final de la pelea, y con el contrincante en conteo de protección. Es, si mal no llevo la cuenta, su séptimo libro sobre temas históricos cubanos, lo que ha combinado con otros 10 ó 12 “swingazos” fílmicos, directos a las costillas del adversario.

Apuntes sobre la subversión castrista en América Latina, publicado recientemente por el Intituto de la Memoria Histórica contra el Totalitarismo, deja claro desde el título mismo, su intención de poner las cosas en su lugar. Por medio de una rigurosa investigación, un minucioso cotejo de documentos y la participación de testigos, el libro devela la injerencia de la dictadura castrista en la mayor parte del subcontinente con el objetivo de implantar el comunismo.

No quiero, por supuesto, refritar el contenido del libro. Deseo solamente alentar a quienes deseen documentarse sobre cómo ese régimen, que como plañidera hipócrita se lamenta en todas partes de injerencias extranjeras en sus asuntos nacionales, ha intervenido, e interviene de la peor manera, en cuanto país le ha venido, y le viene, en ganas, y que en el libro queda más que demostrado.

El libro no pasa por alto la camajánica evolución de las estrategias del castrismo frente a las diferentes circunstancias políticas de la región para continuar en su trabajo de zapa contra la democracia. Y esto es uno de los tantos méritos del texto. Hace palpable en hecho de que la dictadura cubana no ceja en su intento de subvertir por cualquier vía.

Pero se ha encontrado con que Pedro Corzo tampoco se rinde y a sus 69 años, cuando debía estar contando a sus nietos las travesuras de un abuelos jorocón y tarambana, a la sombra de unos laureles en un patio de Miami, se dedica a desenmascararla con unos sopapos que aún conservan la potencia de aquel muchacho de Santa Clara que no ha dejado de entrenar y se ha jurado que no parará la pelea hasta el último campanazo.





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